Qué difícil me resulta olvidar esos pueblos irlandeses bajo su manto de tejados rojos. Pueblos bañados de mar, de prados frescos, salpicados de ovejas y vacas, con sus pastos ordenadamente dibujados. Es esa isla insospechada, esos rincones del mapa de Irlanda por descubrir que todavía nadie te ha contado, ¿Quieres saber cuales son esos lugares?
Puede que penséis que Irlanda es una isla pequeña, verde y uniforme, así lo he oído de muchas personas que han osado a empequeñecerla. Viajeros que pretenden opinar sin apenas haberla pisado mas que un fin de semana, dejando sin recorrer esos pequeños pueblos absolutamente maravillosos, quizá menos turísticos y tal vez por ello, difíciles de olvidar.
Cada experiencia es única e irrepetible, pero estos rincones irlandeses seguro que no os dejarán indiferentes. Os voy a ir trazando un itinerario que partiendo desde el aeropuerto de Dublín, se dirige hacia el sur, algunas veces bordeando la isla, otras veces haciendo paradas obligadas en su interior. Agarra las maletas y el coche, que vamos a tirar millas.
Rincones del mapa de Irlanda por descubrir
Howth
El pueblo pesquero de Howth es un todo en uno. A tan solo 17 km del aeropuerto de Dublín, puedes encontrar esa Irlanda insospechada que antes te comentaba. Anclado en una península, este animado pueblo de mar vende el pescado más fresco y las langostas más espectaculares que hayas probado. Por lo menos, así lo ha sido desde hace más de siete siglos. No perdáis la oportunidad de comer en uno de sus numeros restaurantes que desfilan frente a su lonja, mi preferido, el Crabby Jo’s. El ingrediente sorpresa, a su puerta tienes unas simpáticas focas siempre dispuestas a aplaudir para que les echen algo rico.
Howth es una colina junto al mar con unos increíbles desfiladeros. De hecho, así le bautizaron los vikingos allá por el 819, «Etar» o colina. Luego el nombre fue derivando, quedando parte de esos rincones del mapa de Irlanda.
Tanta es la atracción por sus acantilados, que llegando al inicio de la ruta senderista, la cual no te puedes perder, empiezan los carteles de advertencia para esas pobres almas que se quieren precipitar por ellos. La primera vez que los leí pensé en ese humor irlandés tan peculiar, pero investigando un poco, parece ser que no han sido pocos los que han decidido pasar a mejor vida. Sin embargo, las advertencias de estos carteles no desmerecen el impresionante paisaje y su desafiante faro.
Pueblo adentro y ascendiendo por sus callejuelas, llegareis a la abadía de St Mary, que contempla su embarcadero desde tiempos remotos, concretamente desde 1042. Pasear por sus todavía imponentes muros cargados de historias y leyendas o deambular por sus sepulcros te harán sentir un viajero en el tiempo.
Bray
Decir Bray, es decir atardeceres, paseos que terminan en un helado que no te puedes acabar o aterrizar en una deliciosa pizza después de un merecido descanso.
Bray se encuentra a 44km al sur del aeropuerto, y es la puerta a las montañas más cercanas a la ciudad, las Wicklow (recordarme que otro día os hable de ellas). En este rincón del mapa, puedes encontrar claramente las huellas de un pasado pesquero, transformado a partir del SXVIII en un lugar residencial con una excelente comunicación con Dublín. Fue tanto su esplendor, que llegó a albergar uno de los balnearios más cotizados de los rincones del mapa de Irlanda, e incluso, de las islas británicas.
Uno de sus principales encantos, es el recorrido entre Greystones y Bray a lomos de su adrenalítico tren. Me quito el sombrero ante esa obra de ingeniería. Apenas rozando los acantilados, estas vías desafían la gravedad compitiendo con la belleza de sus vistas. Sin duda, una atracción imprescindible que no puedes pasar por alto.
Si te apetece un plan más activo, «piernas para que os quiero», nada mejor que aventurarse hasta la Cruz de Bray (Bray Head Cross).
Partiendo desde el aparcamiento más al sur de la bahía, se dibuja un amigable sendero a través de un espeso bosque, y en apenas media hora, podrás deleitarte con este espectacular paisaje esculpido a golpe de mar y roca.
Como ves, estos rincones de Irlanda no son posible encontrarlos fácilmente a no ser que seas una curiosona como yo, creo que vale ciertamente la pena su resultado. ¿Quieres seguir explorando conmigo ?, vamos a seguir desplegando el mapa.
Kilkenny
Kilkenny es más que uno de los rincones del mapa de Irlanda, es la ciudad más pequeña de Irlanda datada en 1195. Vestida de medievo, esculpida en su característico mármol negro, fue testigo de batallas y disputas contra los pueblos normandos, de ahí la fortificación de su castillo. Sin embargo, debido a su posición interior, ya un poco alejada de la costa, suele quedar fuera de los itinerarios turísticos. Ahora te cuento porqué deberías conocerla.
La conocí un poco sin esperarla, motivada por un festival de teatro, llamado Smithwicks Cat Laughs Comedy , pero en el momento que puse un pie en esta ciudad descubrí dos cosas, que estaba en uno de los enclaves medievales más impresionantes de Irlanda y que habían tipos muy raros vestidos de gato haciendo cosas todavía más raras. En un momento, me ví envuelta en una performance de la cual no me pude escapar, no tuve otra sino que dejarme llevar por su risas y juegos. Tras una despedida muy efusiva y teatral, me dirigí hacia el Castillo de Kilkenny.
Si gustas de conocer castillos y tienes en mente un montón de piedras haciendo equilibrio para no caer, este no es el caso. Encarecidamente te sugiero que contrates una visita y te adentres por sus reales aposentos vestidos de oro y grana. Lejos de sentirte como en un museo, podrás deambular por sus estancias cuidadas y vestidas hasta el más mínimo detalle. Realmente un lujo histórico que deberías experimentar sin ninguna duda.
Cobh
Y siguiendo nuestro itinerario insospechado, llegamos al sur de Irlanda, para conocer la isla de Cobh, a la cual podemos acceder directamente a través de una carretera.
Sintiendo que mis fotos se hicieran en un día muy oscuro, intenta imaginar este rincón isleño en todo su esplendor, porque prometo que lo tiene.
Aunque su principal atracción es su museo de la inmigración, ya que su conjunto portuario fue testigo de aquellos dramáticos años durante la gran depresión, tras los cuales muchos irlandeses se fueron forzados a abandonar
sus hogares y partir hacia una tierra con más esperanza, Estados Unidos. Es por ello, que los irlandeses guardan un vínculo muy profundo considerándola su segunda casa y celebrando muchas de sus festividades.
Pero si queremos remontarnos a 1600, comprobaríamos que en una parte de los rincones del mapa de Irlanda aconteció uno de los principales puntos de partida de miles de británicos e irlandeses destinados a cubrir la colonización de territorios de ultramar, tales como Virginia, Nueva Inglaterra, Barbados , Jamaica o Monserrat.
Llegar a Cobh me causó un gran impacto, ya que sumergida en toda esta parte de su historia coincidí con un festival llamado Heritage Vintage Era, donde la gente sale a la calle a lucir las mejores galas de sus antepasados. Señoras con sombrilla y pomposos sombreros cargados de flores y adornos, caballeros almidonados desde la punta de sus zapatos hasta el cuello de la camisa. Elegantes, anacrónicos personajes de mi viaje. ¿Te animas a seguir con la ruta?
Kinsale
A tan solo 50 km de Cobh dirección oeste y bordeando la costa irlandesa, nos topamos con otro rincón de los que dejan huella, el pueblo de Kinsale. Con un marcado pasado militar, esta villa medieval es una explosión de color siempre en duelo constante contra ese cielo plomizo.
En ella podemos encontrar dos imponentes iglesias, un fuerte que ya quisiera Playmobil, una prisión de 1500 y la famosa Market House. Pero a pesar de todo este formidable conjunto arquitectónico, lo que realmente me llamó la atención fue su relación con la España de 1600. Si recordáis a la malograda Armada Invencible y su fallido intento por derrotar a los ingleses, este rincón de Irlanda no dejará de sorprenderos. Cuentan que tropas de Felipe III pactaron con los rebeldes irlandeses en su intento de aunar fuerzas contra un enemigo común durante la guerra de los nueve años. Spoiler alert, perdieron. Sin embargo, tanta fue la relación que establecieron, que muchos españoles acabaron por quedarse a vivir por estas costas.
Cong
Posiblemente uno de mis preferidos rincones del mapa de Irlanda por numerosas razones. El pueblo de Cong es esa isla que tiene un nosequé insospechado pincelado de magia y verde florescente. Pese a ser mundialmente famoso por haber servido como escenario para la famosa película de John Wayne, «El hombre tranquilo», el conjunto arquitectónico formado por la Abadía de Cong y la casa de pescadores monacal te sumergirá en un misticismo difícil de explicar.
Si además eres un amante de la geología como yo, este rincón es extremadamente peculiar. Debido a la confluencia de las rías Corrib y Mask y su entramado de canales que circulan bajo el mismo pueblo, no te sorprendas si de repente hay una subida de nivel de agua y salen chorrillos donde menos te lo esperes, les llaman las «springs». Si quieres seguir ahondando en su peculiar geomorfología, nada mejor que adentrarte por sus bosques hasta encontrar la Cueva de la Paloma. Tras bajar unos cuantos escalones, aparecerá ante ti un arroyo que discurre en ambas direcciones. Si estás listo para la aventura y llevas contigo una buena linterna, dentro encontrarás un pasaje muy singular.
Geografía aparte, otra de las joyas que sin duda tiene, y esta no es apta para todos los bolsillos, es su lujoso hotel de cinco estrellas, el Ashford Castle. Hogar todavía de la familia Guinness (si, los de la cerveza tostadita), tener la oportunidad de pasear por sus jardines te va a dejar con la mandíbula desencajada. Aquel día me supo mal no haber nacido más «wealthy», pero guapa y rica era ya pedir demasiado.
Con sus 800 años de historia y formando parte de uno de los hoteles más lujosos e importantes del mundo, cada estancia de este castillo es única y dificilmente imitable, ya que sigue contando con piezas únicas de la época de sus fundadores normandos, cuya valor es incalculable. Si te metes en su enlace, podrás al menos hacer una visita virtual y soñar con poder permitírtelo algún día.
Inishmore
Y con esta isla irlandesa, termino hoy con mis rincones favoritos insospechados, la mayor de las Islas de Aran , Inishmore. La he dejado para el final, porque visitarla fue una de las experiencias más peculiares, asombrosas y cansadas que posiblemente haya tenido en Irlanda.
Todo empezó cuando unos amigos del alma me visitaron y pidieron les llevara a un lugar que no pudieran olvidar. El listón estaba muy alto, ya que estos faunos tienen como estilo de vida viajar a sitios donde no aparecen ni en los mapas. Tras muchas búsquedas Googelianas, mi vista se posó en las Islas de Arán.
Yo apenas sabía de ellas, tan sólo por las etiquetas de las chaquetas de lana. Las Islas de Arán son famosas por confeccionar artesanalmente las prendas de lana más calentitas de Irlanda, pero hasta ahí llegaban mis conocimientos. Nada más me puse a leer sobre ellas, descubrí que estaba ante un filón, ni más ni menos que su isla mayor, Inishmore, albergaba el fuerte de Dún Aonghasa y las ruinas prerománicas de las Siete Iglesias.
Ese mismo día contraté el barco que recorría el tramo entre las tres islas, apeándonos en la mayor de ellas, Inishmore.
Como la isla está en extremo protegida, ya que alberga una colonia de foca gris y otros tantos simpáticos bichitos, el tráfico a motor por la isla está prohibido, incluso por sus habitantes, que utilizan carros arrastrados por caballos o bicicletas. Ya veis que es todo bastante especial, ¿verdad?, pues oir hablar a los lugareños os hará saltar las lágrimas de emoción, ya que es de los pocos sitios donde puedes oir hablar a la gente en Gaélico o Céltico antiguo.
Retomando de nuevo el hilo, allá que alquilamos unas cuantas bicicletas, tres de ellas con tandem para niños. Rueda que te rueda por la isla, mapa en mano, optimismo nivel máximo, nos fuimos encandilando con todas esas paradas que nos iban proponiendo, incluyendo saludar a todos los habitantes de la isla. Sus focas, sus burritos y
por supuesto, su gente siempre amable y maravillosa. Sin duda, un día perfecto y divertido si hubiéramos sido más realistas con nuestro reloj.
A la que nos dimos cuenta, era la hora de zarpar el barco. ¿Y donde estábamos nosotros?, lejos, todavía muy lejos y pedaleando como si no hubiera mañana, mientras nuestros hijos, con un instinto de supervivencia in extremis, habían caído en los brazos de Morfeo, pero agarrados, no me preguntéis como, a su manillar.
Ese día comprobamos que la amabilidad y paciencia irlandesa está más allá de turistas tan «happy hippies» como nosotros, y esta buena gente, no solo nos esperó, sino que nos aplaudió cuando llegamos, para más bochorno del que ya llevábamos. En fin, que tiene que haber gente para todo.
Y por hoy, colorín colorado, este post se ha acabado. ¿Nos vemos en la próxima aventura?
Si quieres seguir mis historias en Irlanda, aquí te dejo otra aventura, https://www.elviajeroexperto.com/viajar-a-irlanda…isitas-de-cuento/
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